La corrupción en el Perú de los noventa
Por: Antonio Zapata
Recursos extraordinarios obtenidos por las privatizaciones y el
narcotráfico, el avasallamiento de las instituciones de control y la
complicidad de actores económicos fueron los factores que posibilitaron el
nivel de corrupción que vivimos en la década pasada.
Desde muy antiguo, los peruanos somos tolerantes ante una amplia
variedad de actos corruptos, por los cuales la autoridad se beneficia de bienes
y recursos públicos. Esa costumbre no empezó con Alberto Fujimori sino que
tiene hondas raíces en nuestra historia. Esa tolerancia es una forma de la
complacencia ante una práctica habitual de los gobernantes, quienes
frecuentemente consideran la hacienda pública como dominio personal. La
posibilidad de que a uno mismo o a algún pariente o amigo le toque participar
de la condición de autoridad provoca esa complacencia, que solamente es una
forma del deseo. Los peruanos gozamos de una normalidad muy singular, expresada
en la máxima "que robe pero que haga". Esa expresión acepta como
hecho consumado que la autoridad robará, aspirando escasamente a que el hurto
no sea total, sino que además se realice alguna obra. Privatización y
narcotráfico Durante la década del noventa, dos factores hicieron que ese
hábito llegase al paroxismo. En primer lugar, hubo recursos extraordinarios en
manos del Estado fruto del proceso de privatizaciones. Como se ha establecido
en diversos estudios, las privatizaciones devengaron 9221 millones de dólares.
Ese dinero era fruto de la venta de los activos del Estado, obviamente ingresaba
solo por una vez y fue dilapidado completamente en vez de usado prudentemente
para el desarrollo nacional. Hoy en día quedan apenas 543 millones de dólares,
y el resto se ha evaporado en diversas compras inútiles, concretadas solamente
por interés en la coima.
Adicionalmente, es preciso
añadir que el narcotráfico constituyó una segunda fuente de recursos
extraordinarios. En efecto, durante los noventa los tentáculos de las drogas
penetraron en el Estado, siguiendo un camino que había sido establecido durante
la década anterior. Las cifras no han sido precisadas, porque la cuantificación
es muy compleja. No se sabe a cuánto asciende, pero es indudable que su aporte
fue significativo en la formación de una bolsa que hizo más interesantes las
operaciones de corrupción de los noventa.
El desmontaje de la Contraloría
General
Por otro lado, la segunda condición del proceso de corrupción fue el
autogolpe del 5 de abril de 1992. En ese momento se reunió la condición
política que operó como el gatillo que disparó la corrupción. Esta ya había
comenzado para aquel entonces, como lo muestran los casos de la ropa usada y el
transporte del dinero al exterior siguiendo la estrategia de la hormiga. Pero
el 5 de abril fue clave, porque un grupo decidido a robar se apoderó de la nave
del Estado, estimulado por esos ingresos extraordinarios. Una de las
actividades cruciales de ese grupo fue el desmontaje de las instituciones de
control y fiscalización.
El caso más notable fue la Contraloría General de la
República (CGR). Esta institución fue reorganizada, disminuyéndose notablemente
su capacidad de actuación, restándole atributos legales y nombrándose
como nuevo contralor a Víctor Caso Lay, quien comandó la institución hasta el
año 2000. La CGR es una institución de escasa visibilidad y de segundo orden
dentro del aparato del Estado peruano. Pero es una institución fundamental en
el tema de la corrupción. Si la CGR funcionara bien, la corrupción disminuiría
en forma considerable. Su misión es auditar las operaciones económicas de todas
las reparticiones públicas. En algunos países vecinos las instituciones
similares a la CGR han logrado que las operaciones económicas públicas
funcionen con un elevado grado de racionalidad y de eficiencia burocrática. Por
lo demás, la CGR dispone de una oficina de auditoría interna en cada
repartición pública. Es decir, además del personal permanente de la CGR, esta
institución tiene representantes repartidos por todo el tramado institucional
del Estado, constituyendo una red encargada de evitar la corrupción. Esta
institución fue puesta de cabeza por el fujimorismo. Por un lado, sus acciones
sirvieron para darle legalidad a un conjunto de operaciones corruptas que
estaban en curso. Por ejemplo, la Contraloría legalizó las fraudulentas compras
de armamento chatarra que adquirieron las Fuerzas Armadas. Pero, por otro lado,
la CGR revisó minuciosamente las cuentas de las escasas instituciones públicas
que dirigía la oposición democrática al régimen. Así, las dos terceras partes
de las acciones de la CGR durante el lapso 1993-2000 estuvieron dirigidas a
fiscalizar a los municipios. No obstante que los gobiernos locales apenas
manejan el 3,5 por ciento del presupuesto, ellos fueron el objeto de la mayor
parte de las acciones de fiscalización.
Así, la CGR fue empleada como escudo
para proteger a los corruptos y, paralelamente, como lanza para hostigar a los
adversarios del régimen. Otra institución crucial de control es la SUNAT, que
fue reorganizada y modernizada en un primer momento, llegando a adquirir un
elevado prestigio institucional. Sin embargo, más adelante sufrió un agudo
desgaste ético. Así, la SUNAT implementó el sistema denominado RUC sensible que
estaba destinado a proteger del escrutinio público las comprometedoras
declaraciones de importantes personajes del Estado, empezando por Vladimiro
Montesinos. Por otro lado, la SUNAT hostigaba adversarios del régimen a través
de la policía tributaria. Militares, amigos y banqueros Esta degeneración
institucional era necesaria para que el grupo corrupto que se había apoderado
del aparato del Estado pudiera delinquir como había sido su propósito desde el primer
momento. Ese grupo estaba integrado por tres componentes principales, que
interactuaron para darle estabilidad al proyecto golpista. Por un lado se
hallaban los altos mandos militares encabezados por Nicolás Hermoza Ríos y el
mismo Vladimiro Montesinos. La lucha contra Sendero había obligado a
estabilizar la cúpula militar y la Comandancia General recayó en Hermoza, que
controló el poder militar desde 1991 hasta su remoción en 1998. Por otro lado,
el enfrentamiento interno también promovió a los servicios de inteligencia que
proyectaron su control sobre la sociedad peruana. Estos procesos habían
comenzado durante los ochenta, cuando se había avanzado bastante en la
militarización del país. Sin embargo, en 1995 se perdió una guerra convencional
con el Ecuador, que eligió bien el terreno de lucha y la táctica militar.
Debido a ello, y como las tensiones aumentaban, entre 1995 y 1998 se sucedió un
proceso monumental de adquisiciones de material de guerra, hasta constituir las mayores compras relativas
de la historia nacional. Todos esos gastos fueron inconvenientes porque se
compró chatarra, habiendo sido la coima el factor fundamental en la toma de decisión sobre proveedor y bien
final. Así se consumieron 1885 millones de dólares, y su resultado son esos
aviones que se caen y las grandes cuentas en el extranjero de Hermoza y su
séquito.
La conexión china
En segundo lugar se encontraba el círculo íntimo del
Presidente, integrado por allegados de diversa procedencia. Entre otros
integrantes de este exclusivo grupo destacó Víctor Joy Way, quien fuera
congresista y ministro en diversas carteras. Él tenía una empresa de
importaciones de productos provenientes de la China, que trajo bienes por un
valor de 330 millones de dólares. Gracias a sus contactos políticos, esa
compañía colocó sus productos en el Estado.
Prácticamente ninguno fue útil.
El
ejemplo más ilustrativo es la importación de tractores muy ligeros diseñados
para praderas. Puestos en el exigente y quebrado terreno peruano se malograron
al cabo de un tiempo y no volvieron a funcionar. La operación más espectacular
de Joy Way fue la compra de medicinas chinas, una vez más muy baratas, aunque
al borde del vencimiento. Cuando estas eran repartidas muchas veces estaban
vencidas. Así, no dudó en jugar con la salud de las mayorías para seguir
aumentando la supuesta eficiencia de su compañía especializada en comprar
inservibles baratos. Sus ganancias fueron considerables, pues sus cuentas en el
exterior se cifran en decenas de millones de dólares. El tercer grupo es mucho
más complejo, ya que está integrado por individuos pertenecientes a la clase
alta de siempre. Ellos han estado fuera del Estado haciendo muy buenos negocios
en este festín que fue reventarse el dinero extra proveniente de las
privatizaciones. Pero, asimismo, han tenido cuadros orgánicos dentro del Estado
como por ejemplo el ministro Jorge Camet, quien estuvo más de cinco años al
frente del crucial Ministerio de Economía. Al dejar el ministerio Camet se ha
incorporado al directorio del Banco de Crédito y al de Telefónica, evidenciando
los intereses que sirvió durante su larga permanencia en el poder. Los grupos
financieros Tanto Dionisio Romero cuanto Eugenio Bertini han sido vistos en
diversos vladivideos negociando ventajas empresariales a cambio de servicios
políticos.
Por ejemplo, Romero negocia con Montesinos, quien será nombrado
administrador judicial de la empresa Hayduk, que tenía fuertes deudas con el
Banco de Crédito y graves acusaciones de narcotráfico. Por otro lado, después
de verse favorecido con la privatización de Matarani, en reunión con la cúpula
militar, Romero consiente publicar en el diario Expreso declaraciones de apoyo a la
segunda reelección. Por su lado, Bertini negoció toda la transferencia de la
propiedad del segundo banco nacional de la familia Wiese hacia la banca
italiana. Esta operación requirió una presencia fuerte del Estado, porque los
italianos no entraban a menos que el gobierno avalase la cartera pesada del
Wiese.
Esta operación se concretó y luego Vladimiro le exigió a Bertini
préstamos extraordinarios para los canales de televisión comprometidos con la
campaña por la segunda reelección. Es un hecho muy revelador que tanto el
primer cuanto el segundo grupo financiero nacional negocien con Montesinos
ventajas al margen del sistema legal. Muestra, por un lado, cuán involucrada estuvo la elite económica con el
fujimorismo. Por otro, constituye un ejemplo de la naturaleza rentista de su
actividad económica. Entre los integrantes del poder económico, la competencia
empresarial no se resuelve por productividad sino a través de un arreglo
político bajo la mesa y violentando el marco legal.
Fortalecer la tradición
anticorrupción
Sin embargo, la corrupción es susceptible de ser enfrentada y
derrotada. En el Perú no solamente existe una tradición en este terreno. Por el
contrario, debido precisamente a la extensión del mal, se halla presente una
segunda tradición que hace de las manos limpias su razón de ser. Esa tradición
es tan antigua como la otra y siempre ha pretendido enderezar la administración
pública. Este no es solamente el país de Montesinos y Fujimori; es también el
país de Manuel González Prada y Gustavo Gutiérrez.
Este es un país donde hay
una lucha abierta, que en otras latitudes ya se zanjó hace mucho tiempo.
Entre
nosotros ese combate aún no ha terminado. Pero existe multitud de personas
interesadas en terminar con la corrupción. A quienes como nosotros nos ha
tocado investigar los latrocinios del fujimorismo, también nos corresponde
acompañar ese sentimiento para proyectar una corriente que imponga, por fin, el
buen gobierno en el país.
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